Piero Basso
en Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos, n.ro 6 (febrero 1985)
Al iniciar los trabajos de nuestra primera conferencia de organización, quiero dar las gracias a los camaradas de la sección de Nápoles que han asegurado su organización, al Ayuntamiento de Nápoles que nos acoge en esta sala y que recibirá más tarde a una delegación nuestra, a los camaradas de las demás secciones de la Liga que participan en la conferencia y que aportarán su experiencia, a los distinguidos invitados presentes, representantes de organizaciones políticas y sociales, del mundo de la cultura y de la ciencia, de los movimientos de liberación, que han aceptado debatir con nosotros las cuestiones que están en el centro de la iniciativa de la Liga. Porque éste es el objetivo del acto de esta mañana: comparar nuestra experiencia, nuestras opciones, nuestra forma de hacer política, con las experiencias y las opciones de otras fuerzas y otras organizaciones comprometidas en la misma batalla por la paz y la liberación de los pueblos. De hecho, no pensamos que sea posible abordar los problemas de la organización y la forma de trabajar de la Lega Nord al margen de los objetivos y contenidos de nuestra acción, objetivos y contenidos a los que debe orientarse la organización, como tampoco pensamos que sea posible la elaboración de nuestro proyecto político sin la más amplia confrontación de ideas y experiencias.
Los camaradas me han confiado la tarea de presentar aquí las posiciones de la Liga. No creo que sea posible hablar de la posición de la Liga sin mencionar las dificultades actuales de formas históricamente importantes de solidaridad internacional que han influido, directa o indirectamente, en la conciencia colectiva de la Liga.
Sólo indirectamente, a través de la experiencia de muchos de nosotros, influye la tradición internacionalista del movimiento obrero. Este internacionalismo ha escrito páginas gloriosas de la historia, desde las grandes campañas internacionales de solidaridad y boicot hasta la defensa de la Revolución Soviética y las Brigadas Internacionales en España.
Hoy, este internacionalismo se encuentra en dificultades: por una parte, ha pesado un cierto achatamiento a las posiciones de la Unión Soviética; por otra, y esto es lo que más nos interesa, una cierta incapacidad para captar la realidad de las luchas por la liberación de los pueblos del Tercer Mundo. Las posiciones de la II Internacional, contra la represión de los pueblos colonizados que impide el desarrollo del comercio y de las salidas para los productos de los Estados “civilizados”, son ambiguas y, más cerca de nosotros, nos recuerdan los retrasos con los que los propios partidos comunistas de las metrópolis comprendieron el sentido de las reivindicaciones nacionales de los pueblos coloniales y se pusieron de su parte. Las numerosas y nobles excepciones (entre ellas la labor de Louise Michel, casi la única entre los miles de comuneros deportados a Nueva Caledonia para acercarse y comprender a la población autóctona) no anulan este retraso global de los partidos de la izquierda europea, en parte derivado también de una lectura dogmática de Marx, para vincularse al gran movimiento de liberación nacional de los pueblos del Tercer Mundo de los últimos cincuenta años.
El desarrollo de las luchas por la independencia y la feroz represión que a menudo las acompaña despiertan simpatías y nuevas formas de solidaridad. Los casos de Argelia primero y Vietnam después son, desde este punto de vista, ejemplares. En ambas, la solidaridad internacional, aunque tardía, desempeña un papel importante y contribuye, junto con las victorias militares de los combatientes, a que crezca la oposición a la guerra en Francia y Estados Unidos, obligando finalmente a los dos gobiernos a negociar.
Por otra parte, las obras de Franz Fanon, Josué de Castro, Samir Amin, René Dumont, Arghiri Emmanuel, Celso Furtado, Gunder Frank y muchos otros contribuyen al crecimiento y la afirmación de una reflexión crítica sobre las relaciones Norte-Sur, o más bien Centro-Periferia, y sobre el “modelo de desarrollo” impuesto por Occidente a los países dominados.
En este contexto nació, a mediados de los años setenta, la Liga, formada a partir de la experiencia del primer y, sobre todo, del segundo Tribunal Russell, sobre Vietnam y América Latina.
Hoy en día, incluso esta forma de solidaridad tiende a debilitarse, ya que la conquista de la independencia formal y el peso de la crisis económica mundial agudizan y complejizan los problemas, desarrollan contradicciones y dificultan las identificaciones. No es casualidad que éste sea el momento en que, paralelamente a la ofensiva económica, militar y diplomática de Reagan (piénsese, para este último aspecto, en el ataque contra el sistema de Naciones Unidas, desde la UNESCO al tribunal de La Haya pasando por el innovador “derecho del mar”), se desarrolla el ataque “ideológico” contra todos los logros del pensamiento tercermundista de las últimas décadas.
A principios de los años 80, la Liga formaba parte de este movimiento, y lo hacía con el prestigio y la fuerza que le daban su historia y la especificidad de su compromiso con los derechos de los pueblos, cuando nació el movimiento por la paz y se desarrolló impetuosamente en toda Europa y en Italia. Ante el peligro que representaba la proliferación de armas cada vez más mortíferas e incontrolables, millones y millones de europeos de todas las tendencias se echaron a la calle para manifestar su deseo de paz. Sin embargo, esta oleada de protestas sin precedentes no sólo se dirige contra la instalación de euro-misiles, tanto en el Este como en el Oeste; también se dirige contra el papel de “teatro de batalla” reservado a Europa y nuestra subordinación a las opciones políticas y militares de las dos grandes potencias; y se dirige contra la expropiación por los gobiernos del derecho de los pueblos a decidir su propio futuro e incluso su propia supervivencia. No olvidemos que allí donde el pueblo ha tenido la oportunidad de expresarse, como por ejemplo en los referendos organizados hace un par de años en varios estados de Estados Unidos, las opciones han sido siempre radicalmente opuestas a las de los respectivos gobiernos.
No ocultamos que el proceso que nos llevó a poner en paralelo nuestro compromiso tradicional con los movimientos de liberación y de defensa de los derechos de los pueblos y nuestra atención a las novedades del movimiento por la paz (desde la prioridad concedida a la relación entre el deseo de participación y de incidencia de la población hasta las nuevas y más amplias capacidades de movilización que el movimiento estaba demostrando) encontró algunas dificultades en la cinta interna. La “explosión” del movimiento pacifista obligó a la Liga, y no sólo a ella, a reflexionar más profundamente sobre la relación entre Norte-Sur y Este-Oeste, entre rearme-desarme y desarrollo-subdesarrollo, entre opciones militares, políticas y económicas.
Este año se cumple el 40 aniversario de la conferencia de Yalta, que se considera el punto de partida de la actual división del mundo en dos esferas de influencia, en dos bloques enfrentados; y este año se cumple también el centenario de la conferencia de Berlín, que sancionó el reparto de África entre las potencias europeas mediante fronteras trazadas en una mesa que separaba a pueblos unidos por lazos comunes de etnia, cultura e historia. La yuxtaposición de estos dos aniversarios nos parece emblemática del vínculo que existe entre dos órdenes de problemas que suelen considerarse separados, los de las relaciones entre Norte y Sur y Este y Oeste.
Abordamos la novedad que representaba esta gran movilización popular con un bagaje preciso de experiencia. Sabíamos que la relación entre “desarme y desarrollo”, por utilizar un binomio que hacemos nuestro, no podía ser simplemente fruto de una gran movilización popular, debido a la complejidad de las relaciones y condicionamientos políticos, económicos y militares que rigen el desarrollo de los acontecimientos. Conocíamos bien la experiencia de los países no alineados, que habían pasado de un no alineamiento puramente político y militar a una intervención activa en la búsqueda y propuesta de nuevas formas de relaciones internacionales. Sobre todo, llevábamos con nosotros el bagaje de nuestra experiencia como militantes activos por los derechos de los pueblos, y la relación con muchos movimientos de liberación.
Los pueblos están en el centro de la Declaración de Argel y de nuestra iniciativa. Si la nación es la herencia histórica, el origen común en el que los hombres se reconocen, el pueblo es el devenir, es la autoconciencia que se construye en la lucha. Pero la misma palabra, pueblo, es, en todas las lenguas, sinónimo de clases subalternas por oposición a clases dominantes. El derecho a la autodeterminación no sólo puede aplicarse a los pueblos dominados por regímenes coloniales o potencias extranjeras, sino también a los pueblos formalmente independientes que no pueden elegir su destino histórico debido a la dominación de una clase social privilegiada o de un gobierno impuesto por la fuerza.
Toda nuestra Declaración de Argel está impregnada de este llamamiento al derecho de autodeterminación. Lelio escribe: “La conciencia popular en Occidente ha pasado de una concepción liberal, que exigía que el gobierno garantizara los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano, a una concepción democrática que considera al propio pueblo como el verdadero soberano, con derecho al autogobierno y a la autodeterminación. El mismo proceso debe conducir a los pueblos en desarrollo de una independencia puramente formal y política a una independencia total… Esta centralidad del derecho de autodeterminación, tan a menudo expropiado por los grupos dirigentes (y no sólo en los países del Tercer Mundo) es el componente más importante de nuestro patrimonio, y de él partimos para construir la hipótesis que llamamos el “no alineamiento de los pueblos”.
Puede parecer una fórmula sin sentido, porque el no alineamiento, o viceversa, el alineamiento, a uno u otro bloque, es la condición de un Estado, no de un pueblo; o puede parecer una fórmula utópica, una vez correctamente entendida como una apelación al compromiso de los pueblos para iniciar una política de no alineamiento, considerando la profunda integración de los pueblos de Europa en las dos alianzas enfrentadas, no sólo desde el punto de vista militar, sino como una “opción de civilización”.
En realidad, la aspiración resumida en la expresión “derecho de los pueblos a la no alineación” no es utópica ni carece de sentido. Cada vez son más las voces que se alzan, no sólo por parte de la opinión pública sino también de algunos gobiernos occidentales, a favor de un compromiso para superar la oposición entre Oriente y Occidente, una oposición que se ve no sólo como una amenaza potencial de guerra sino como un instrumento real de dominación de las dos grandes potencias dentro de sus respectivos bloques, a favor de una política de desarme no desvinculada de la búsqueda de formas alternativas de defensa de las instituciones democráticas, a favor de un papel de paz y desarrollo de los países europeos.
El llamamiento a la participación de los pueblos, al protagonismo, a la reapropiación de la capacidad de autodeterminar su propio futuro, tampoco es utópico ni infundado. Somos conscientes de que los centros de decisión política, económica y militar son cada vez menos numerosos y cada vez más poderosos y distantes de la voluntad popular. También estamos convencidos de que fenómenos como los movimientos de liberación nacional, como la renovada lucha contra el apartheid de los pueblos de Sudáfrica, como el desarrollo del movimiento sindical en países tan diversos como Polonia, Filipinas y Brasil, como el movimiento pacifista en Europa (y como las mismas reivindicaciones de autonomía y de particularidades locales en tantos países europeos), son manifestaciones del rechazo de capas cada vez más amplias de hombres y mujeres a verse privados de todo poder real de decisión, incluso en países con tradiciones democráticas más sólidas. No es casualidad que uno de los temas que la Liga ha situado en el centro de nuestro debate con motivo del décimo aniversario de la Declaración de Argel sea precisamente el de la posible incidencia futura de la voluntad y las luchas de los pueblos en la determinación de los destinos de la humanidad.
No sólo creemos que el derecho de los pueblos a la no alineación puede convertirse en un objetivo político concreto, sino que también creemos que éste es el camino que puede dar unidad a las reivindicaciones de los pueblos del Norte y del Sur. La iniciativa de la Liga siempre ha tenido dos puntos de referencia fundamentales: por un lado, dar voz a los “pueblos mudos”, a todos aquellos que por la dominación extranjera, los gobiernos dictatoriales o la “diversidad” cultural se veían privados de la misma posibilidad de expresarse, de hacer oír su voz; por otro, buscar los vínculos entre sus luchas y las nuestras, hacer comprender que esa voz es también la nuestra. Creemos que hemos logrado cumplir el primero de estos dos compromisos. Todos recordamos las palabras del senador Michelini en la apertura del Tribunal Russell: ‘… representamos a los que no pueden venir porque han desaparecido de la faz de la tierra, asesinados por el régimen. Los que no pueden venir porque han sido mutilados; los que no pueden ser escuchados porque sus mentes se han cerrado para siempre, víctimas de los tormentos que sufrieron. Nuestra voz es la de todos aquellos que, habiendo sufrido, no pueden gritar su rebelión y proclamar su lucha…”. A estos hombres, a estas mujeres, siempre hemos intentado darles la oportunidad de ser escuchados; la única medida de nuestro compromiso ha sido la opresión a la que estaban sometidos, su voluntad de liberarse, nunca la mayor o menor cercanía a nuestras ideas u objetivos.
Tal vez hayamos tenido menos éxito a la hora de comprender y presentar, a nosotros mismos y al público al que nos dirigimos, el vínculo entre los mecanismos de dominación que actúan aquí y en los países del Tercer Mundo y la unidad sustancial de las luchas por el progreso social y político. Hoy podemos y debemos dar un paso en esta dirección. El enfrentamiento entre Oriente y Occidente, que para nosotros significa una reducción de los espacios de la democracia y la amenaza de un posible exterminio futuro, para los pueblos del Tercer Mundo es ya más que una amenaza una realidad constituida por la ocupación militar de países enteros, bien directamente por las dos grandes potencias, bien a través de sus aliados; de regímenes opresores que sólo pueden perpetuarse porque están firmemente apoyados por una u otra gran potencia; de guerras que, aunque “locales”, no son menos sangrientas para los pueblos obligados a soportarlas, así como presagios de peligros para la estabilidad internacional; de feroz represión de cualquier lucha de liberación cuyo eventual éxito se considera una victoria de la otra gran potencia. La superación de los bloques es, por tanto, una exigencia vital e inmediata para todos los pueblos del mundo. Pero también a otro nivel, el del desarrollo social y político (que es muy distinto del crecimiento económico en beneficio de unos pocos), existe una unidad de intereses y objetivos que es nuestro deber poner de relieve. Permítanme citar de nuevo a Lelio, que en la mesa redonda sobre “los movimientos de liberación y el movimiento obrero”, en vísperas de nuestro segundo congreso, recordó cómo para los países del Tercer Mundo la entrada en el mercado capitalista mundial no es tanto la afirmación de la relación salarial, de la relación fábrica capitalista, como la destrucción del tejido económico-social-cultural de la sociedad, con las graves consecuencias de la urbanización paroxística, la contaminación, el desempleo, la emigración, la desculturización y la alienación que en casi todos estos países han sustituido a los equilibrios preexistentes, que en cualquier caso aseguraban una posibilidad, aunque muy modesta, de subsistencia (y de esta ruptura el crecimiento vertiginoso de las zonas de hambre es la manifestación más macroscópica). Y fue a partir de aquí cuando empezó a subrayar cómo la rebelión surgida contra esta destrucción no pretende reconstruir el pasado, sino utilizar la tradición para construir una nueva sociedad, cómo la conciencia revolucionaria surge no tanto de la relación salarial como de la relación de dependencia, de exclusión de las opciones, que une a clases sociales muy diferentes tanto en los países periféricos como en los centrales.
Si éste, que he intentado esbozar, es el marco en el que se mueve nuestra investigación, ¿cómo y en qué medida encajan en esta perspectiva las cuestiones que abordamos en la práctica diaria de la vida de la Liga y de nuestra reunión de hoy?
Es superfluo reiterar aquí que la amplia autonomía de cada sección de la Liga, de cada uno de sus grupos de trabajo, que permite el desarrollo de distintas iniciativas y a distintos niveles -lo que en mi opinión constituye una baza y un punto fuerte para la Liga-, excluye cualquier planificación rígida de actividades en torno a uno o unos pocos temas. La unidad global de la iniciativa y la investigación nace de nuestra experiencia común, de lo común del punto de vista desde el que nos posicionamos para comprender los acontecimientos y contribuir al crecimiento de la atención a los derechos y la liberación de los pueblos. El derecho a la no alineación, la búsqueda de puntos de encuentro entre las aspiraciones de pueblos situados de forma diferente en la escena internacional no son, pues, tanto temas de investigación en sí mismos como “claves” de los acontecimientos, objetivos que deben buscarse en las iniciativas más diversas. Nuestra conferencia de organización debe ser también un momento de confrontación sobre estas cuestiones.
El año pasado celebramos dos conferencias en Roma y Génova sobre el tema de la cooperación al desarrollo. En ambos -a pesar de las diferencias en los temas concretos abordados y en el tipo de participación- intentamos ver el papel que la cooperación al desarrollo puede desempeñar en la determinación de una “calidad” diferente de la política internacional de Italia. Tampoco en este caso se trata de utopías: el ejemplo de la ENI de Enrico Mattei, desgraciadamente ya lejano, nos recuerda cómo es posible conjugar los intereses de nuestro país con la aspiración de otros países y pueblos a la independencia económica.
En octubre celebramos una rápida reunión en Milán sobre los temas de Europa y la no alineación. También en aquella ocasión se puso claramente de relieve que nuestra solidaridad con los movimientos pacifistas independientes de los países del Este no deriva tanto de una solidaridad genérica, aunque importante, sino de la necesidad -para nosotros vital- de acercar las experiencias de democracia, participación y lucha política de nuestras sociedades a las experiencias de planificación y autogestión llevadas a cabo, aunque entre contradicciones y dificultades, en la otra mitad de nuestro continente.
Acabo de regresar de la conferencia sobre migración, que tuvo lugar con una gran e importante participación hace quince días en Milán. ¿Solidaridad con los inmigrantes, estos esclavos modernos “taillables et corvéables à merci”? Desde luego; pero nos parece importante que la conferencia ponga también de relieve cómo la presencia de inmigrantes contribuye a poner de relieve contradicciones no creadas por ellos sino todas internas a nuestra sociedad, contradicciones que conciernen a un sistema escolar caro que siempre produce nuevos reclutas de parados, al crecimiento paralelo del paro y de la inmigración, modos de producción atrasados que requieren mano de obra no declarada y que, gracias a ello, se convierten en servicios sociales cada vez más atrasados, inadecuados e ineficaces, con la conclusión de que la condición de los inmigrantes es la de muchos jóvenes, mujeres, trabajadores marginados, y que los problemas de unos sólo pueden resolverse junto con los problemas de todos.
Vayamos a una gran conferencia sobre la deuda internacional: más allá del contenido técnico del problema, ¿cómo no ver que también aquí puede haber una convergencia objetiva de intereses entre los pueblos del Tercer Mundo, que están pagando pesados peajes de recesión y a menudo de inanición absoluta al alza del dólar y de los tipos de interés, y los intereses de nuestro país -si no de los bancos-, que tiene todo que ganar con el desarrollo del comercio y de los intercambios?
El camino que queda por recorrer no es fácil, como no lo es para nadie que huya de la demagogia fácil sobre el “exterminio por inanición” (que, por desgracia, es muy real, y no se detendrá con iniciativas radicales-electorales). Pero que no era fácil lo sabemos desde hace tiempo. Sabemos lo lento y arduo que ha sido el camino de la afirmación de los derechos humanos, desde los simples derechos civiles y políticos a los derechos económicos, sociales y culturales, hasta la actual afirmación de los “derechos de solidaridad” con la paz, el desarrollo y el medio ambiente; un camino hecho de reivindicaciones, de luchas, de lenta afirmación en las conciencias de los hombres. De esta lucha somos y queremos seguir siendo protagonistas modestos pero no insignificantes. Para ello necesitamos claridad de ideas y fuerza organizativa. La conferencia que hoy iniciamos puede aportarnos una contribución en ambas direcciones.
En la cuestión de la no alineación de los pueblos, toda la Liga está activamente comprometida, bajo formas muy diversas.
En Argentina y España se buscó activamente la adhesión a la declaración publicada en 1984. Entre las adhesiones más significativas están las de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, la OSEA de Buenos Aires (coordinadora de varias asociaciones comprometidas con la defensa de los derechos humanos en solidaridad con los exiliados argentinos), Justitia et pax de Barcelona, las Juventudes Socialistas de España, el departamento de juventud de la UGT, la asociación misionera Seglar de Madrid.
Numerosos dirigentes de la Liga han citado o publicado la declaración en varias ocasiones: Luis Molta presenta ampliamente la propuesta en un artículo enteramente dedicado al derecho de los pueblos al no alineamiento; Michele Charalambidis la trata en un artículo de Pacifismo y tercermundismo; Edmond Jouve se refiere ampliamente a ella en el volumen de la serie “Que sais-je?” dedicado a los derechos de los pueblos.
En Italia y España se ha iniciado un debate y discusión sobre el contenido de la propuesta. Entre los muchos temas que surgen están los problemas de la neutralidad entre los bloques y la defensa alternativa, las relaciones entre Europa Occidental y Oriental, las políticas comerciales y de “ayuda”, y la deuda internacional.
Basso, Piero
en: Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos, n.ro 6 (febrero 1985)