Saltar al contenido

Integración de los movimientos de liberación nacional en el marco de la liberación internacional

    Immanuel Wallerstein

    en Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos No 1 (Mayo 1983)

    Integración de los movimientos de liberación nacional en el marco de la liberación internacional, es un informe de Immanuel Wallerstein al Simposio Amílcar Cabral que tuvo lugar en Praia (Cabo Verde) del 17 al 20 de enero de 1983.
    La primera parte del informe subraya el compromiso teórico de Amílcar Cabral, sobre todo en lo que se refiere a las construcciones de una nueva sociedad después de la independencia. En su informe, Wallerstein pretende precisamente seguir el método de análisis y de acción que marcó toda la actividad de Cabral.

    En el siglo XX, en un gran número de países, diferentes movimientos revolucionarios han tomado el poder, generalmente -pero no siempre- bajo la dirección de un partido revolucionario, tras largos períodos de luchas que precedieron a la toma del poder. Estos períodos de lucha -siempre que han sido suficientemente prolongados- han permitido, por regla general, el crecimiento de la conciencia popular, que es en sí mismo un fenómeno revolucionario.
    No es mi intención tratar en este informe todos los complicados procesos que tienen lugar en los Estados posrevolucionarios. Sólo quiero señalar dos factores que, en mi opinión, son comunes a todos ellos. En primer lugar, todos los partidos revolucionarios experimentaron -una vez que obtuvieron el poder- que el control del aparato del Estado aumentaba considerablemente su poder político, pero no tanto como esperaban o planeaban. Esto significa que todos estos partidos experimentaron los límites de la soberanía estatal; en otros términos, descubrieron que todos los Estados, incluidos los posrevolucionarios, siguen siendo parte integrante de un sistema interestatal, que dificulta seriamente la actuación de cualquier Estado por separado; de hecho, percibieron directamente la existencia de un sistema económico mundial cuya viabilidad obliga a todos los Estados, sean cuales sean sus inclinaciones ideológicas, a adaptarse al dictado de la ley del valor, al menos hasta cierto nivel.
    Los diferentes Estados posrevolucionarios reaccionaron de forma diferente ante esta experiencia, y podríamos decir que sus historias nacionales consisten en los debates sobre los medios para reaccionar ante esta realidad. El “comunismo de guerra” y la “Nueva política económica” -no como tácticas temporales, sino como estrategias a largo plazo- son dos de los principales modelos de actuación, aunque no los únicos, para hacer frente a la realidad del “Sistema-mundo”.
    Las reacciones a esta situación y, en consecuencia, la fluctuación de las políticas nacionales de los Estados posrevolucionarios originaron el segundo factor común a todos estos Estados. El clima de elevada conciencia revolucionaria colectiva y de amplio compromiso en la política ha mostrado una tendencia decreciente, una tendencia a disolverse e incluso a desaparecer.
    Considerando las declaraciones de los partidos, los gobiernos y los dirigentes de los Estados posrevolucionarios, se advierte un esfuerzo permanente por reavivar la ideología, renovar el entusiasmo, combatir el cinismo y el hastío, preservar un clima de lucha. La desilusión ante estas experiencias se extiende dentro y fuera de estos países.
    Si reflexionamos sobre las razones por las que en estos países, de un modo u otro, crece la desafección política de las clases trabajadoras, descubriremos que la principal fuente de descontento es el hecho de que las transformaciones sociales no han sido tan profundas como las clases trabajadoras esperaban. Los problemas de la vieja sociedad, como la desigual distribución de la renta y la existencia de corrupción y arbitrariedades, se mantienen en niveles inaceptables para los Estados post-revolucionarios. Sin duda, como afirman constantemente los partidos revolucionarios cuando reconocen que el descontento está bien fundado, esto se debe al primero de los dos factores comunes: la integración de estos Estados en un sistema mundial que no pueden controlar y que ejerce sobre ellos presiones negativas. Pero también es cierto que no es fácil convencer a las clases trabajadoras de que ésta sea la única explicación.
    La desafección política en los Estados posrevolucionarios alentó las mayores esperanzas de los partidarios del sistema capitalista, ya que ven en ella el arma para neutralizar la creciente fuerza de las fuerzas que luchan a escala internacional contra el sistema.
    Como sabemos, la desafección política nunca es políticamente indiferente. Es, en primer lugar, el arma utilizada por quienes carecen de fuerza política y esperan el momento en que las condiciones estén preparadas para un cambio político.
    ¿Hay algo que los movimientos revolucionarios de todo el mundo puedan hacer para dirigir la rebelión de los trabajadores principalmente contra el sistema capitalista mundial, y para evitar que esta rebelión se desvíe hacia una actitud negativa hacia los Estados posrevolucionarios y los movimientos revolucionarios? Creo que Amílcar Cabral se haría esta pregunta si estuviera entre nosotros. Cuestionémonos sobre ello, por él y por su memoria.
    Creo que podemos encontrar algunas pistas para la respuesta en el título de mi informe, tal como ha sido formulado por los organizadores de este simposio: “La integración del movimiento de liberación en el marco de la liberación internacional”.
    El sistema capitalista es un sistema mundial. La lucha de clases sólo es eficaz si es una lucha internacional, que a su vez no puede definirse como una serie de luchas nacionales conectadas únicamente por la solidaridad internacional. Esto no significa que la lucha nacional no sea un objetivo importante de nuestro compromiso. Al contrario, es muy importante. De hecho, la lucha nacional es relevante porque es un aspecto de la lucha de clases internacional. Voy a presentarles algunos puntos controvertidos relativos a la lucha de clases internacional, que no pretenden ser un análisis completo, sino sólo una base para el debate.
    1) Actualmente vivimos en un periodo de transición. De hecho, el sistema capitalista mundial sigue existiendo y el orden socialista mundial aún no es una realidad. Esta situación dura desde hace cincuenta años y va a durar al menos otro siglo. Quienes viven en los Estados posrevolucionarios no son los únicos implicados en esta transición: todos estamos implicados en ella. La transición es un fenómeno relacionado con todo el sistema internacional que sufre una crisis estructural.
    2) La lucha de clases nunca ha sido tan intensa como durante esta transición. Todos estamos implicados en esta lucha, ningún país está fuera o por encima de ella.
    3) Esta lucha asume formas diversas, como diversos son los medios para apoderarse de la plusvalía. Por ello, la naturaleza tanto de la burguesía como del proletariado a escala internacional ha cambiado progresivamente y se ha hecho más compleja, hasta el punto de que actualmente es imposible reducirla al modelo inglés de principios del siglo XVIII: empresarios privados contra obreros industriales.
    4) La lucha de clases internacional es librada por diferentes elementos del proletariado mundial organizados en movimientos. Corresponde a estos movimientos, y no a los Estados, librar esta lucha, lo que implica a su vez la existencia de movimientos políticos y de militantes activos. Es a través de esta lucha que es posible alcanzar el poder político.
    5) Estos movimientos surgieron en relación con diferentes problemas: opresión de una nación, opresión de los trabajadores, opresión de los grupos sociales más débiles (mujeres, generaciones jóvenes, ancianos, minorías étnicas y raciales). Según las circunstancias, los problemas cambian y lo harán continuamente: el punto crucial consiste en saber si una determinada lucha es realmente una lucha contra el sistema capitalista, es decir, si un determinado movimiento representa un desafío real al poder concreto de la burguesía internacional y, por tanto, refuerza el poder del proletariado.
    6) El control del aparato del Estado es un instrumento de la lucha de clases mundial, no un fin. Es sólo táctica y no siempre tiene la prioridad.
    7) La necesidad más urgente para todo movimiento -dentro de los Estados posrevolucionarios o en cualquier otro lugar- es la creación de una verdadera alianza transnacional, entre diferentes movimientos, basada en una clara distinción entre movimientos y Estados.
    8) El “desarrollo económico” es un arma de doble filo. Desde el principio del sistema económico mundial, el “desarrollo económico” simultáneo de todas las diferentes regiones ha sido imposible, debido a la propia naturaleza de este desarrollo, porque la ley del valor exige una distribución desequilibrada de los excedentes sobre el planeta. De hecho, el desarrollo de una zona menos “desarrollada” se produce siempre a costa de otra zona. El socialismo mundial no puede definirse como el “crecimiento de las zonas menos desarrolladas”, o algo parecido. Al contrario, requiere la creación de un modo de producción radicalmente diferente -centrado en la producción para el uso, de forma equitativa y planificada- por el que los Estados desaparezcan gradualmente como entidades individuales y sistema colectivo.
    9) El criterio para la construcción de un orden socialista mundial debe ser el fortalecimiento continuo -durante el período de transición- del poder real y efectivo de las clases trabajadoras, para que puedan gestionar su vida en el lugar de trabajo, en el hogar, en la comunidad. La autogestión no puede ser remitida a los representantes de la clase obrera: debe ser ejercida directamente por los trabajadores. Cabral lo decía en serio cuando preveía el “suicidio” de la clase media baja revolucionaria, en África y en cualquier parte del mundo. Pero, como todos sabemos, esta clase no se suicidará. En el marco de la realidad social, corresponde a los trabajadores imponer el “suicidio” a sus representantes.
    10) La crisis del sistema capitalista mundial es también la crisis de los movimientos anticapitalistas, ya que también son una creación de este sistema, y no del sistema del mañana. Necesitamos una nueva formulación de nuestra estrategia, de nuestras formas organizativas, de nuestras categorías de análisis, que fueron todas moldeadas en el siglo XIX, durante el periodo de mayor autoconfianza del sistema capitalista. Debemos preguntarnos si nuestras actuales estrategias, formas organizativas y categorías de análisis siguen siendo válidas en este periodo de crisis, de intensa lucha de clases y, sobre todo, de transformación y adaptación de la burguesía mundial que, bajo formas completamente nuevas, consigue sobrevivir como la clase más privilegiada. El peligro real es que, dentro de 20 o 30 años, todo el mundo pueda considerarse marxista o socialista, y que la propiedad privada en sí misma juegue un papel secundario en el proceso de producción internacional, y sin embargo no hayamos superado todavía el período de transición y de lucha de clases mundial. Tal “triunfo ideológico” podría ser uno de los obstáculos más serios para la consecución de un orden socialista mundial.
    Debemos recordar que nada es inevitable. Nos enfrentamos a una elección histórica. El actual sistema capitalista mundial no puede sobrevivir mucho más tiempo. Pero un orden socialista mundial no es la única alternativa posible. Otra alternativa es la creación de un nuevo sistema basado en clases, aunque no capitalista. Una tercera alternativa es una catástrofe nuclear. Además, podría haber otras alternativas que no podemos imaginar.
    “La lucha continúa” no es sólo un eslogan. Es un análisis que debemos tener siempre presente, especialmente cuando consideramos los Estados posrevolucionarios y los movimientos revolucionarios que luchan contra el sistema capitalista.

    Wallerstein, Immanuel
    en: Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos No 1 (Mayo 1983)

    Etiquetas:

    Léo Matarasso