Armando Córdova
en Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos, n.ro 9 (abril 1987)
Me gustaría comenzar subrayando que un análisis preciso tanto de la obra escrita de Lelio como de su propia historia como luchador por la revolución, es decir, de cómo se unieron en su vida la teoría y la praxis transformadoras, aconsejaría no tratar por separado su posición como militante socialista en un país europeo desarrollado y su consagración permanente a la lucha por los derechos y la liberación de los pueblos del Tercer Mundo. Esta afirmación se basa en el hecho de que Lelio no concebía estos dos aspectos de la lucha contra el capital por separado, sino como momentos específicos inseparables de un mismo proceso sociohistórico. Llegamos así a lo que constituye el punto de partida y de retorno permanente en la obra de Lelio, es decir, el sentido de totalidad que, en opinión de George Lukács, es lo que distingue esencialmente al marxismo de la ciencia burguesa. Lukács nos sugiere también -y esto es importante en el análisis de la obra de Lelio Basso- que el camino metodológico hacia la construcción de una visión unitaria de la sociedad capitalista mundial y de su proceso histórico de formación y maduración estaba apenas indicado en la obra fundamental de Marx, El Capital, por lo que debía ser completado y desarrollado por los aportes posteriores de otros autores marxistas entre los que ocupa un papel central el pensamiento de Rosa Luxemburgo en La acumulación del capital. La tesis central que deseo desarrollar en esta breve intervención es que, al menos en un aspecto importante, Lelio Basso nos legó una contribución decisiva al proceso de desarrollo y profundización del concepto marxista de totalidad. Y es precisamente a partir de esta aportación suya como podemos entender en toda su plenitud revolucionaria su lucha por el derecho y la liberación de nuestro mundo subdesarrollado.
Argumentaré mi afirmación comenzando con una breve referencia al planteamiento original de Marx y cómo éste fue ampliado y superado por Rosa Luxemburgo como visión socioeconómica del proceso histórico, para luego discutir cómo Lelio Basso, nutriéndose de esta visión, logró establecer una visión sociopolítico-cultural del concepto de totalidad, que no he podido encontrar con tanta precisión, lucidez y coherencia entre teoría y praxis revolucionaria en ningún otro marxista contemporáneo.
En una ponencia que me encargó Lelio con motivo de la conferencia sobre Rosa Luxemburg, que organizó en Reggio Emilia en julio de 1973, dije que El Capital de Marx, como primer paso en el proceso de comprensión de las leyes objetivas que regulan el régimen capitalista de producción, tenía que ser un modelo de capitalismo puro, homogéneo y cerrado, donde no hubiera lugar para las relaciones con otros modos de producción y, por tanto, con clases sociales diferentes a las del capitalismo. En otras palabras, no había lugar para la contradicción desarrollo-subdesarrollo que tan importante papel ha desempeñado en la historia del capitalismo contemporáneo.
Refiriéndose a esta limitación, Lukács decía que este punto de vista no era más que “una hipótesis metodológica a partir de la cual había que avanzar para plantear el problema más ampliamente, para plantear la cuestión de la totalidad de la sociedad”. Es bien sabido que fue Rosa Luxemburg quien superó la hipótesis metodológica mencionada abriendo el modelo cerrado de Marx para incluir el papel desempeñado por otros modos de producción subordinados al capital, para reforzar su proceso histórico de acumulación a escala planetaria.
Así llegamos a la visión real de la totalidad socio-histórica: el sistema capitalista mundial como ámbito global del proceso de acumulación de capital y de la lucha de clases que adquieren un carácter mucho más complejo que la simple oposición entre capitalistas y trabajadores, que constituye el punto focal del análisis marxista original. Es dentro de esta concepción más amplia del proceso histórico donde los países coloniales, semicoloniales y dependientes encuentran un lugar permanente en la historia del capitalismo, no sólo como fuente importante de la llamada acumulación originaria, sino también como polo de una contradicción social antagónica diferente entre el capital y el trabajo asalariado.
La visión luxemburguesa del marco económico-social del capitalismo de su época planteó un nuevo problema a la teoría marxista de la revolución, a saber, el del papel que debían desempeñar los diferentes estamentos y clases en la lucha contra el capital para la construcción del socialismo; un problema que no existía en la “hipótesis metodológica” original de Marx expuesta en el Manifiesto Comunista, es decir, establecer como perspectiva cierta la de un mundo que sería progresivamente homogeneizado por el capital hasta el punto de conseguir transformar todas las sociedades en las que penetrara en capitalistas y a todos los trabajadores del mundo en asalariados, es decir, proletarios. De ahí que el llamamiento a la revolución pudiera adoptar la simple formulación: “Proletarios del mundo, uníos”.
Conviene recordar que esta visión simplificadora ha estado presente, explícita o implícitamente, en el pensamiento socialista europeo desde la época de Marx y Engels a través de las diversas escisiones surgidas en la II Internacional y también en la teoría leninista de la revolución democrático-burguesa, que defendía la necesidad de la homogeneización capitalista como primer paso para construir en los países subdesarrollados las condiciones para su posterior incorporación a las luchas por el socialismo.
Creo que en esa concepción simplificadora del proceso histórico se encuentran las raíces del carácter esencialmente unipolar y eurocéntrico que ha dominado desde entonces el pensamiento revolucionario en el viejo continente; que dejó muy claro que el salto hacia la profundización del concepto de totalidad, que en el ámbito socioeconómico había dado Rosa Luxemburg, aún no se había dado en el ámbito sociopolítico-cultural, es decir, las luchas contra el capitalismo aún no se consideraban aspectos complementarios de un mismo proceso histórico que tenía lugar simultáneamente en los países desarrollados y subdesarrollados. Este es un problema importante que Lelio Basso planteó y resolvió de forma sobria y coherente tanto en el plano teórico como en su praxis revolucionaria. En el plano teórico, su punto de partida fue la constatación de que las expectativas de homogeneización proletaria del mundo entero, preconizadas por Marx y Engels en el Manifiesto, habían sido desmentidas por la historia, dando lugar en su lugar al desarrollo de un proceso que, descrito en palabras de Lelio: “ha creado distancias más profundas y desuniones más radicales entre las diversas partes del mundo, con la consecuencia de que, en lugar de un proceso de homogeneización proletaria, existe hoy una profunda diferencia entre los trabajadores de las diversas regiones del globo”. Estas profundas diferencias se expresan también en diferentes formas de lucha contra el capital a ambos lados de la frontera centro-periferia. Por un lado, la clase obrera de los países capitalistas avanzados y, por otro, las masas trabajadoras heterogéneas de los países subdesarrollados. Analizando las particularidades de ambas situaciones, Lelio llega a conclusiones que se resumen en una visión del proceso de lucha contra el capitalismo que será radicalmente diferente tanto de la visión simplificada del Manifiesto Comunista como de la de otras dos visiones extremistas. Me refiero, por un lado, al eurocentrismo que considera al proletariado del viejo continente como el único sujeto teóricamente eficaz en la lucha contra el capital y, por otro, a las más recientes visiones tercermundistas que, tras constatar el reciente proceso de mejora de vida de las clases trabajadoras de los países desarrollados, al que contribuyó el llamado intercambio desigual entre centro y periferia, concluyen afirmando su integración definitiva en el sistema capitalista. Así pues, la tarea de derrocar al capitalismo recaía únicamente sobre los hombros de los pueblos del Tercer Mundo. Lelio se enfrenta al falso dilema que expresan las dos visiones extremas y encuentra una respuesta profundamente dialéctica, es decir, profundamente inmersa en su concepción de la totalidad social. Por un lado, rechaza la visión de la situación de las clases trabajadoras occidentales como carente ahora de toda posibilidad revolucionaria, afirmando la tesis contraria: “Creo que esas posibilidades están creciendo, pero que hay que buscarlas no en la condición económica sino en la condición política y a condición de que la revolución no sea vista como la simple conquista violenta del poder, sino como un lento proceso de penetración en los ganglios de la sociedad capitalista, de construcción de los elementos de la nueva sociedad, de creación de un sistema de contrapoderes hasta la conquista de una condición hegemónica que permita el derrocamiento de las relaciones sociales existentes.”
Por otro lado, respecto al mundo subdesarrollado, Lelio considera el proceso de lucha contra el capitalismo no sólo como una forma de oposición radical a la secular explotación económica por parte de los países desarrollados, sino también y sobre todo como una defensa de los valores culturales de aquellos pueblos en los que, a diferencia del caso europeo, “el capitalismo llega como un hecho externo”, como producto de la invasión (por la que) la lucha antiimperialista asume la ideología y las formas de lucha de las liberaciones nacionales, no sólo para conquistar la independencia política y económica, sino para defender sus propios valores culturales, ricos en esos valores humanos comunitarios que el capitalismo ha destruido en Occidente”.
Al mismo tiempo, Lelio rechaza la posibilidad de que una revolución socialista tenga su sede en el Tercer Mundo, ya que ello significaría “la liquidación definitiva del pensamiento de Marx que consideraba la revolución socialista como un producto de los países que habían alcanzado el mayor grado de desarrollo”. Como síntesis de este análisis, Lelio llega a una concepción integral de las luchas contra el capital concebidas como un proceso unitario e indivisible de las acciones revolucionarias del movimiento obrero de los países centrales y de los pueblos subdesarrollados, considerados ambos como sujetos centrales de las luchas contra el orden capitalista a escala mundial.
A partir de esta idea desarrolla su concepción del imperialismo en su forma actual de neocapitalismo transnacional que “oprime de diferentes formas a las clases trabajadoras de Occidente y a los pueblos subdesarrollados”.
“Destruir este poder -continúa-, derrocar esta opresión no será posible ni para las clases trabajadoras occidentales ni para los pueblos subdesarrollados aisladamente, porque la victoria nunca será completa hasta que se destruya el mercado capitalista mundial, que es el punto fuerte del imperialismo”.
En esta síntesis global reside la fuerza esencial del pensamiento de Lelio Basso, a la que hay que añadir su capacidad vital para ejercer una praxis revolucionaria de manera ejemplarmente continua y coherente. Es la praxis que le llevó no sólo a desarrollar la brillante acción internacional en favor de nuestros pueblos por todos conocida, sino también a luchar en su propio país para hacer comprender a las fuerzas de izquierda que no podían ser tales si no ejercían formas de internacionalismo proletario que les llevaran a fundir sus acciones con las de los pueblos del Tercer Mundo.
De este modo, el concepto marxista de totalidad alcanza su plenitud en su significación teórica más global. Si nuestros países encontraron primero un lugar bajo el sol de la teoría marxista con la obra de Rosa Luxemburgo, con la de Lelio se convirtieron en sujetos sine qua non en las luchas por superar el capitalismo y construir el socialismo como proceso único a escala mundial.
Por último, para desvelar plenamente el carácter complejo de la heterogeneidad del sistema capitalista en su conjunto, había que dar un último paso: arrojar luz sobre el contenido real de las estructuras económicas y sociales de clase en cada país concreto. Lelio estaba convencido de que este paso debían darlo los estudiosos y su propio movimiento transformador en los propios países subdesarrollados, partiendo de una comprensión científica de cada práctica histórica concreta. Como verdadero revolucionario, Lelio comprendió hasta dónde podía y debía llegar. Córdova, Armando
en: Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos, n.ro 9 (abril 1987)