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Reflexiones sobre la declaración de Argel

    Javier Giraldo

    en Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos no. 8 (Octubre 1986)

    Después de Yalta hay dos dinamismos que se desarrollan y que van desvirtuando la soberanía de los estados nacionales, aún concebidos como asociaciones contractuales de propietarios: uno es el dinamismo de la economía transnacional.
    Las multinacionales tienen, en efecto, un poder superior al de las naciones-estados. Estos fueron despojados de su competencia, ya sea para nacionalizar, ya sea para planificar la economía. Las multinacionales acaparan el mercado, cuya conquista y monopolio había sido el motivo de la creación de las nacíones-estados.
    El poder de las multinacionales no se deriva de su capacidad de producción a gran escala, sino de la posibilidad de invertir en las regiones más favorables: donde haya bajos salarios, sindicalismo débil, fiscalidad benévola; se deriva de la capacidad de transferir sus actividades de un país a otro para escapar a los efectos de una huelga, de su capacidad para concentrar en puntos vitales la investigación y el desarrollo, de su astucia para evadir limitaciones nacionales como: fluctuaciones monetarias, legislaciones anti-trust, exigencias fiscales, etc.
    Ya a finales de 1971 las multinacionales controlaban dos veces el total de las reservas internacionales de los bancos centrales.
    El otro dinamismo es el de la guerra total.
    Primero se concebía la guerra como incumbencia exclusiva de los ejércitos que se confrontaban con enemigos externos a cada nación: era la guerra limitada.
    Después de la Primera Guerra Mundial, el Gral Ludendorff propuso que, en tiempo de guerra, la guerra fuera “total”, en el sentido de involucrar a todos los ciudadanos de la nación y todos los recursos de la nación. Desaparecía así la diferencia entre civiles y militares, y entre presupuesto civil y presupuesto militar.
    Con la Segunda Guerra Mundial se avanza un otro aspecto de la totalidad: la guerra debe involucrar a todos los Estados, no debe haber Estados neutrales. Se borra así la diferencia entre los Estados combatientes y los Estados neutrales.
    Las guerras revolucionarias van mostrando luego que la guerra implica todos los campos de la existencia humana, todas las dimensiones de la persona; todos los actos humanos caen bajo el influjo directo o indirecto de la guerra.
    Finalmente la guerra fría borra la última diferencia, el último reducto que escapa a la totalidad: el tiempo. Desaparece la diferencia entre tiempo de guerra y tiempo de paz; ya todo tiempo es de guerra.
    Y el mundo vive en guerra. Y el mundo vive en función de la guerra.
    Sabemos que cada minuto el presupuesto militar del mundo absorbe un millón trescientos mil dólares, mientras cada minuto mueren 30 niños de hambre.
    Hay por otra parte, una estructura jurídica que sirve de soporte a toda esta absurda realidad: la soberanía de los Estados, que se han convertido en representantes de repúblicas de propietarios de capital, esas mismas entidades que un día dijeron encarnar la soberanía de las personas asociadas en naciones soberanas.
    Esta dinámica de poder ha llevado a instaurar una ética política, o mejor una antitética, que ha sido capaz de legitimar los mas horrendos crímenes de guerra, como los cometidos en Viet-nam, sin que ninguna instancia internacional se sintiera investida de autoridad para enjuiciar a los criminales.
    Es justamente en esta coyuntura cuando el genio de Bertrand Russell convoca, ya no en nombre de ningún poder constituido, sino en nombre de la conciencia ética de la humanidad, el primero Tribunal independiente que enjuicia la mayor potencia y la condena por crímenes de lesa humanidad.
    Esta experiencia se repite en el Segundo Tribunal Russell, que entre 1974 y 1976 enjuicia, con la misma investidura, las dictaduras de América Latina.
    La Liga Internacional por los Derechos y la Liberación de los pueblos es fruto de esta experiencia de los Tribunales Russell I y II, y en Argel, en 1976, recoge la experiencia y el dinamismo de los Movimientos de Liberación.
    El panorama del mundo, como lo acabamos de describir, nos muestra que la distancia que se dejó entre “Pueblos” y “Estados” cuando se configuró el modelo liberal, se volvió infranqueable, a pesar de que ese abismo se pretendió llenar con el velo ideológico de la libertad individual.
    Pero la violación creciente de los derechos individuales comenzó a convivir con los Estados que buscaron su fundamento jurídico en la soberanía nacional y que firmaron todos los actos y todos los tratados de Derechos Humanos. Los informes anuales de Amnesty Internacional nos han ido demostrando que en todas las naciones-estados soberanas, la tortura, el asesinato político, la detención arbitraria, la negación de las garantías ciudadanas, son su práctica cotidiana.
    Dentro de este obscuro panorama del mundo, surgen entonces los Movimientos de Liberación.
    Ellos son portadores de la vieja utopía comunitaria de la humanidad, que se hizo bandera de tantos pueblos masacrados en la historia triunfante de los mercaderes; ellos nos han desvelado la verdadera profundidad de la violencia; nos han mostrado que ésta inicia su ciclo y hunde sus cimientos en la violencia estructural e institucional.
    En este espacio abierto por el Tribunal Russell, por los Movimientos de Liberación, y por la toma de conciencia de ese abismo que separa los Estados de los Pueblos, dentro del modelo liberal de sociedad, se abre el campo de militancia de la Liga Internacional por los Derechos y la Liberación de los Pueblos.
    La misma magnitud de los problemas que se enfrentan, nos coloca forzosamente en el terreno de las utopías. De ninguna manera podemos asumir actitudes triunfalistas o mesiánicas. Creemos en el valor de las acciones modestas y cotidianas:
    – en una carta, que se escribe en los únicos momentos reservados para el descanso,
    – en una pegatina, pegada con temor y riesgo en los muros que mirarán de prisa los transeúntes,
    – en una marcha de protesta, que vence, en unos pocos, la inercia del escepticismo, de la pereza o del temor,
    – en una canción-mensaje, que despierta, de tarde en tarde, el corazón de un nuevo activista de humanidad,
    – en un film, una charla… un boletín que golpeará, por casualidad, una conciencia enajenada.
    Unas palabras de Lelio Basso, el fundador de la Liga Internacional, nos sirven para terminar, y reflejan profundamente el sentido de nuestra lucha y de nuestra esperanza:
    “Aquellos que, en la incertidumbre del presente, aún encuentran una razón, no para resignarse, sino para luchar y esperar…
    Todos ellos comparten la certeza de que la realidad puede ser cambiada por la acción consciente de los hombres…
    A todos ellos les pedimos que actúen con nosotros, a fin de que crezca cada día la multitud de los que se niegan a aceptar que el destino del hombre esté definitivamente marcado por la fatalidad de su nacimiento, y que el destino de los pueblos sea decidido por las relaciones de fuerza entre las superpotencias y por las fronteras entre zonas de influencia.”
    Giraldo, Javier
    en: Peuples/Popoli/Peoples/Pueblos no. 8 (Octubre 1986)

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    Léo Matarasso