Linda Bimbi
Vera Feyder
en Hommage à Léo Matarasso, Séminaire sur le droit des peuples, Cahier réalisé par CEDETIM-LIDLP-CEDIDELP, Février 1999
Este hombre caminaba puro, lejos de los caminos oblicuos,
Vestido con cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre al lado de los pobres, goteando,
Sus sacos de grano parecían fuentes públicas.
Booz fue un buen maestro y un padre fiel;
Era generoso pero ahorrativo;
Las mujeres miraban a Booz más que a un joven,
Porque el joven es guapo, pero el viejo es grande.
El viejo, volviendo a la fuente original,
Entra en los días eternos y deja los días cambiantes;
Y se puede ver la llama en los ojos de los jóvenes,
Pero en el ojo del anciano vemos la luz. “
A este retrato, en verso y de pie, de Leo, por medio de un poema de Víctor Hugo, debo hacer una pequeña corrección, la única que realmente lo diferencia del modelo de Booz, cuando dice:
“era generoso aunque era ahorrativo”, porque Leo era ante todo generoso y nunca ahorrativo, ni siquiera a su costa.
Diría que el propio principio de economía le era totalmente ajeno, y añadiría que tenía una especie de repugnancia por este principio, como si siempre tuviera miedo de no dar lo suficiente de sí mismo, de su tiempo, de sus conocimientos, de sus habilidades, de su experiencia como hombre que sabe mucho, y que tiene la modestia de no alardear nunca de ello, sino de tenerlo siempre a punto para servir a los demás.
Un hombre que, en su juventud, no eligió por casualidad ser abogado, estar del lado de la ley, de la justicia, defender la causa de los demás, tanto de los individuos como de los pueblos.
Añadiría, más raramente, que era generoso sin esperanza ni expectativa de reciprocidad de ningún tipo, como si ésta fuera su inclinación más natural, aquella en la que el hombre secreto, discreto, herido y atormentado que era, recogía mejor su propia angustia y, por tanto, la de los demás. Y como ésta era su inclinación natural, consideraba igualmente natural que los demás obtuvieran placer, felicidad, provecho y beneficio de ella.
Esta inclinación natural a la generosidad sin esperanza de reciprocidad le convirtió en el hombre más fuerte -porque es una gran fortaleza no esperar nada, nunca, ni de los acontecimientos ni de los demás-, pero también en el más carente: sin ambiciones personales, títulos, honores, bienes muebles o inmuebles, aparte de su pasión por los libros -de los poetas en particular- y por la pintura.
A menudo he intentado comprender la causa de esta falta de ambición personal. Cuando le conocí en 1970, iba a escribir un libro que sería la suma de sus experiencias, de sus luchas por la causa de los pueblos, de sus rechazos políticos, y que se titularía “Liberté Egalité Fraternité”. Este libro nunca se escribió, y cuando le pregunté por qué, me contestó que él era sobre todo un hombre del presente; el pasado, dijo, es el material de los escritores, y yo no soy uno de ellos; para escribir, uno debe volver constantemente a su pasado, cultivar la nostalgia, o al menos los recuerdos. Tampoco era un hombre del futuro, porque no se consideraba un Nostradamus de la Historia, que es un caos perpetuo, esquivo e imprevisible en sus designios.
Y diría, por último, ya que hablar de alguien, y especialmente de un hombre como Leo, es siempre resumirlo en unas pocas frases, reducirlo a unas pocas palabras, diría que es la palabra “presente” la que mejor lo describiría. Porque estar presente en todos los lugares de apelación, de angustia, de injusticia, por pequeños que sean, presupone también una generosidad de ser, que es muy rara, porque requiere una atención, una implicación de uno mismo en todo momento. En un mundo en el que todos somos, en su mayoría, personas demasiado ocupadas, Leo era alguien que respondía “presente” a todos y a todo. Como si su tiempo no contara y por eso lo diera sin contar a los demás. Estaba presente en su despacho a todas las horas del día, cuando no estaba en el Palacio defendiendo sus causas; nunca se tomaba vacaciones, y sin embargo le encantaba viajar; y los únicos viajes que hizo fueron, creo, casi siempre en el marco de su lucha por la libertad de los pueblos: a Argelia, Vietnam, Cuba, el Sahara.
Ahora que lleva más de un año fuera, murió el 14 de febrero de 1998, y esa fue su última coquetería, porque murió el día de San Valentín, murió con la misma discreción con la que vivía, como lo hacía todo, con esa preocupación de no molestar nunca. Podemos decir que todos echamos de menos la luz que llevaba, porque era una luz que no “tiraba”, una luz que brotaba de él con ese arrullador y rocoso acento levantino que nunca perdió completamente. Era una luz que daba a todos la sensación de que, en su aura, todos los problemas quedaban abolidos, todos los peligros evitados y que había en la inmensa reserva de su sabiduría y conocimiento una solución pacífica para todos los conflictos individuales y de otro tipo. Una voluntad infinitamente buena de acudir en ayuda de cualquier persona en peligro, de cualquier pueblo amenazado por un ataque a su libertad e integridad.
Así que es todo esto lo que nos priva hoy por su ausencia, y todo esto, sin duda, lo que todos recordamos aquí. También hay que añadir que era esencialmente amigo de los pintores y de los poetas, considerando que éstos también eran minorías dignas de ser defendidas, lo que el concienzudo y atento abogado hizo siempre con generosidad y gratuidad.
Ahora leeré el texto de Linda, que no pudo estar con nosotros hoy:
En memoria de un gran amigo.
Leo Matarasso, uno de los grandes amigos de la Fundación, falleció en París el 14 de febrero de 1998 a la edad de 87 años. Se fue en silencio, con el mismo silencio y la misma dignidad conmovedora que lo había visto, centinela vigilante y solitario, en los largos espacios del crepúsculo.
La noticia llegó muy tarde, y el luto en nuestros corazones fue aún más profundo. Ahora debemos centrarnos en esto para que el trauma de la pérdida adquiera un mayor significado.
Volvemos a ver a Leo, presente y activo, al lado de Lelio Basso, en el momento del Tribunal Russell 2, sobre América Latina, se unió a nosotros al igual que Lelio, rico en la experiencia del Tribunal Russell para Vietnam que había animado con una oposición irreductible al sistema de los más fuertes. El derecho estaba en su ADN, y su cultura, sus opciones, su pasión habían hecho de él un abogado brillante, sobre todo un abogado de los débiles. Recuerdo su profesionalidad cuando puso orden en los debates, a menudo acalorados y a veces tumultuosos, de las sesiones preparatorias del Tribunal Russell 2 para América Latina. Estas reuniones se celebraban a menudo en su despacho de la rue de Tournon, cerca de Luxemburgo, la misma dirección que su pequeño piso de la planta baja, donde sus amigos íntimos se reunían con él para cenar. En esos momentos le vinieron a la mente recuerdos de su larga carrera como abogado político, especialmente de la época de la guerra de Argelia, cuando había defendido a prisioneros civiles y militares. Debo admitir que pensé que era urgente registrar y transcribir sus experiencias antes de que fuera demasiado tarde, y que no se perdieran. Pero, por desgracia, nunca encontré tiempo para hacerlo.
Su corazón latía del lado de los pueblos, por lo que no es casualidad que fuera durante mucho tiempo el presidente activo y creativo de la Liga Internacional por los Derechos de los Pueblos. También era el vicepresidente de nuestra Fundación, donde había establecido una sólida relación con todos los colaboradores, fuera cual fuera su tarea.
Me gusta recordar su 80 cumpleaños, que celebramos en un restaurante de unos amigos chilenos: después de la cena, abrió alegremente los bailes con su amiga Vera, sin que su dignidad se resintiera. Era como Leo, amaba la vida y se preocupaba por su seriedad y profundidad; se apasionaba por las grandes luchas de su tiempo, sin sacrificar nunca la ternura de las relaciones al compromiso político.
Linda Bimbi.
Debo añadir que, trabajando en la radio, muchas veces intenté entrevistar a Leo, precisamente para tratar de captar lo que Linda dice tan bien, pero en realidad no sólo era el hombre del presente, sino también el hombre del instante y de lo improvisado: preparar algo con él, ponerle delante de un micrófono para que hablara de sí mismo, le paralizaba tanto como la hoja en blanco. Así que nunca pude hacerlo. Pero hay algunos de los presentes que pudieron aprovechar, durante estas comidas en la casita, sus efusivos recuerdos, que se desbordaban generosamente de él y donde, de golpe, todo debía ser captado, recogido, pero en el momento. Además, no en vano practicaba, en su profesión, el arte de la oratoria en la abogacía, que, por definición, es volátil y, por tanto, efímera.
Feyder et Bimbi